A veces, pienso cómo sería
que mis manos supieran divagar
por la calle veteada de dioses legibles,
sin novedad entre los arcos
del margen, en el espejo
donde traspaso mi propia frente
hasta perder el eco del alma
en recintos secretos.
Recuerdo
tu sexo, simplificado
ante carambolas recientes
y estruendos sonoros,
evocando aquel rincón
donde dormimos,
tantas noches
en diametrales abracadabras.
En el mundo de la salud perfecta,
se reirían de la perspectiva
que padezco y encontrarían
en el mismo abismo
una queja bordando síncopes,
arrancados de fronteras excesivas,
cuando el amor y la carne
inauguran la discordia
de una conversación.
¿Quién me preguntó por mi palabra?
Por el sentido
instantáneo de lo eterno,
lo mutable, en el encuentro
de la despedida temporal.
Cavilando en el esfuerzo,
el torrente que adivino
ofrece un lugar a la existencia,
envuelta en clave de gesta,
premonición planetaria.
Todo está alegre
menos tu alegría
y mi incertidumbre
cojeando debajo del aliento.
Ignoro
lo que será de tí
si enfermas,
y no puedas sanar
con un beso.
Cuando te mire
y no pueda curarte con los ojos.
Y, cuando los cirujanos
te ausculten horas enteras,
hasta que sus manos
cesen los movimientos pautados
y comiencen a jugar, a tientas,
rozando tu piel,
sus parpados científicos vibrarán,
precisamente, en largos diagnósticos.
Dosis exactas,
rigurosos análisis,
pizzaras tristes cruzarán miradas,
como si más irreparable
fuese morir de un modo u otro.
O, tal vez,
civilizadamente.
¿Porqué no
morir
del paso
de los hombres,
desapareciendo?
cómo harán para sanar aquellos que se entregan a los parpadeos quirúrgicos, cuando ya las miradas no los sanen. Inteligente poema-diagnóstico de nuestro tiempo. Un beso
ResponderEliminarclaudia, buena observación,gracias.Un beso
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