No recuerdo la cercanía,
pero tengo en mi retina
tus estrellas.
Por otra parte,
te anticipo
en altas cornisas
con la gracia de mástiles
y torres inversas,
estaciones que no dejan vestigios.
En noches compañeras,
entre asombros de ecos borrosos,
intento dibujarte
en la eficacia
alborotada de las calles.
Soy, cauto en el andar,
como el comedor de opio
cuando yace
con labios desgranados,
y, en el azúcar de tus mentiras,
me conmueven
tus menudas profecías
de frecuencias irrecuperables.
Fui, por ello,
deletreando
sonidos de aliento,
alegrías del sexo
en tu prosa, amada,
cuando te quitas los pendientes
y la escarapela de siete colores,
un largo rodeo
para salir mejor
en planos futuros.
Si lo calculo
en nombre
de amores compartidos,
me despiertan unja ternura,
el tanteo en las teclas
y tu resaca.
¿A quién atisbas con tu sordera que oigo?
Con tu mudez que arrastras
bajo túneles,
vértebras
escritas,
que cantan
ciegos nervios,
latentes encrucijadas
al cabo de una estrella
que, de incognito
atraviesa mi corazón,
con un par de endecasílabos,
bien puestos.
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