jueves, 22 de octubre de 2009

EL TREN DE ARGANDA

A Pablo

Transcurre acaso en algún lugar la vida verdadera,
esa que no pasa, que vive en algún prodigio.
Versos que pintan descoloridos muelles y recovecos.
A veces se detiene la vida que pasa,
nos arroja un cadáver a la cara y nos increpa.
La multitud se conmueve, enmudece.
Sale a las calles contra la violencia,
aplaude a los muertos.
Los funcionarios lamentan lo sucedido.
No llegaron a tiempo porque el humo de la locomotora
carcomió las verduras. Pitan más que andan.
Fue accidente decían, áspero silencio. Un crímen tal vez.
Doscientas patadas en la cabeza,
un gancho de hielo, destrozó su corazón.

Parece ser que todos los pueblos odian al vecino,
albañiles, panaderos, carpinteros, guardas jurados,
graves y sentimentales
no detienen a las pequeñas fieras delirantes.
Donan veinte duros para la Cruz Roja y el Cáncer,
brindan por un mundo sin fronteras,
humano, justo, insolidario.

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